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La revolución digital supone un ejemplo muy evidente de como profundos cambios en el ámbito, tecnológico, económico, social y cultural producen una reordenación de las profesiones y del mundo del trabajo. Unas desaparecen, otras se adaptan, mientras algunas emergen como críticas para el futuro de la sociedad. Este cambio de jerarquía trastoca los marcos formativos, las retribuciones, el poder social y su reconocimiento y prestigio.
En la sociedad de los apoyos y cuidados del siglo XXI debería pasar algo similar, pero tal vez, no sea algo tan sentido socialmente. La COVID supuso una lección dura que no deberíamos olvidar. Se manifestó la labor esencial del ámbito de los servicios sociales y de las comunidades como entornos de apoyo, seguridad y convivencia. La Estrategia Europea de Cuidados de Larga Duración y la española de Desinstitucionalización van por ese camino, junto a otros marcos que impulsan un nuevo modelo de apoyos y cuidados. Muy relevante la modificación de la constitución en su artículo 49. Todas estas referencias coinciden en el necesario avance en la mayor capacidad para decidir sobre el proyecto de vida, un enfoque comunitario, servicios accesibles y asequibles de alta calidad y especializados, coordinación entre lo social, sanitario, educativo y laboral. Transitar desde modelos de servicios y prestaciones basados en carteras rígidas y limitadas hacia un sistema asentado en la capacidad de personalización, flexibilidad y compatibilización, todo ello en el contexto comunitario de arraigo de cada persona y con una garantía de ingresos.
Por tanto, estamos ante un momento histórico donde podemos encaminarnos a esa nueva comprensión de una ciudadanía con derechos ejercidos y que construye un proyecto de vidas logradas, en palabras de nuestra ética, o profundizar en una industria del cuidado enmarcado por un concepto de dependencia, de apoyos enlatados y desarraigo personal, familiar y social.
Plena inclusión está participando con otros y otras en esa construcción de un nuevo espacio para los apoyos en comunidad a través de proyectos como Mi Casa: una vida en comunidad, Empleo personalizado o Acceso a la Justicia, a través de la figura de facilitadores judiciales. Pero también, promoviendo la escuela de conectores comunitarios para ser más expertos y expertas en los activos y contribuciones que se construyen en comunidad; formando a facilitadores y facilitadoras de proyectos de vida elegida; desarrollando formaciones para la asistencia personal para personas con necesidades complejas o para los intérpretes vitales. Son nuevos roles profesionales, como el de el de asesoramiento en apoyos autodirigidos, que nos anuncian que estamos a las puertas de una nueva revolución, no de lo digital sino de lo más humanos a lo que podemos aspirar una buena vida en comunidad para todos y todas. Ojalá que tomemos el sendero correcto.
