Avance del próximo VOCES: ‘Una mañana en la cárcel de Estremera’

Un periodista de VOCES
visita el módulo terapéutico
de la cárcel de Estremera,
que está en Madrid.

En este módulo están
presos con discapacidad intelectual
que han llegado de otras cárceles.

El centro penitenciario de Estremera
es uno de los tres que hay en España
que acogen a personas con discapacidad
intelectual o del desarrollo.

David tiene 27 años
y trabaja en los talleres de la cárcel
como electricista.
Esta persona se ha formado para
ejercer esta profesión también cuando salga de la cárcel.
Aahora el es el responsable
de este taller.

Durante la estancia en prisión
su novia le ayudó mucho
y cuando salga su deseo
es tener familia y una vida normal.

Es una persona que lo ha pasado
mal en una cárcel de Madrid pero
gracias al movimiento asociativo
Plena inclusión ha conseguido
el traslado a la cárcel de Estremera.

Allí se ha enganchado al estudio
y le gusta mucho el Inglés y las
Ciencias Naturales..

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Se acerca la publicación del próximo número de VOCES, la revista del Movimiento Asociativo de Plena inclusión España. Y como avance de los contenidos que traerá en su edición de septiembre, que viene cargada de interesantes entrevistas y noticias de actualidad, compartimos este extracto del reportaje escrito (y no publicado hasta ahora) a partir de la visita realizada en agosto de 2019 por José Luis Corretjé, del Equipo de Comunicación de Plena inclusión España, al módulo terapéutico del centro penitenciario de Estremera (Madrid), que acoge a internos con discapacidad intelectual o del desarrollo.

UNA MAÑANA EN LA CÁRCEL DE ESTREMERA

El centro penitenciario de Estremera es uno de los tres únicos de España que cuentan con un módulo terapéutico adaptado para acoger a internos con discapacidad intelectual o del desarrollo. Plena inclusión Madrid apoya desde hace una década un novedoso proyecto que ahora apoya a los 28 internos internados en este módulo. Para acercarnos a su realidad pasamos una mañana en su interior.

Un edificio de hormigón armado se espiga, desafiante, entre campos de cereal, a pocos kilómetros la localidad de Estremera. Detrás de sus muros, más de mil internos cumplen condena en el centro penitenciario más moderno de la Comunidad de Madrid. Entre ellos, 28 hombres con discapacidad intelectual y cinco presos de apoyo ocupan el módulo terapéutico, una excepción: solo hay otras dos experiencias similares (Segovia y Quatre Camins, en Barcelona) que conviven en un mapa penitenciario español poco inclusivo.

El tiempo, dentro de un centro penitenciario, va más lento y al pararse no genera el grado de ansiedad que alcanza en el mundo exterior. Visito la prisión de Estremera acompañado de Inés Guerrero, una de las profesionales de Plena inclusión Madrid que trabajan en un proyecto de apoyo integral a los internos que atiende a todas las necesidades que se les puedan presentar. La entrada se dilata: hay algún problemilla para que encuentren mi nombre en las listas de invitados, pero al final todo se termina resolviendo gracias a la buena voluntad de la gente. Chirrían las puertas de cristal al abrirse.

Estamos dentro. Desde el principio los funcionarios sonríen y charlan con el visitante de manera distendida. Da la sensación de que Instituciones Penitenciarias aspira a convertir esta prisión en un modelo de referencia que pueda exportarse a otras cárceles españolas. La apariencia exterior de las instalaciones de esta prisión recuerda a un centro de salud. Pero Estremera no es un centro de salud y eso queda enseguida claro para el visitante.
Al llegar al módulo, ponen al día a la representante de Plena inclusión con las noticias acaecidas durante el fin de semana. Ella las escucha en titulares: ha habido un pique entre dos internos; Juan ha sido padre; a otro se ha decidido no reponerle la tele después de que la haya roto por segunda vez… Inés se sabe al dedillo el historial y las historias de cada uno de los reclusos. Les conoce desde que empezaron su condena y con cada uno mantiene un vínculo permanente profesional y humano.

La novedad
Enseguida me convierto en la novedad del día. Entro en el patio y uno a uno, los internos se me acercan para saber quién soy y qué hago aquí. Les adelantan que he venido a darles un taller sobre prensa escrita y medios de comunicación. La actividad pretende darles a conocer un enfoque distinto desde el que acercarse a la actualidad. Otro propósito es que en los talleres que habitualmente desarrollan puedan usar textos de noticias aparecidas en periódicos en vez de pasajes de la Biblia, tal y como suele ser habitual. Trabajamos con diarios de papel (en la cárcel cualquier conexión a internet está vetada), aprendiendo qué es un titular, cómo se hace una noticia y qué preguntas se hace un o una periodista sobre un hecho concreto de actualidad para escribir una información que se publicará más tarde. Desde el principio, la sala se llena de curiosidad. Esto parece una rueda de prensa. Tengo la falsa sensación de que han dejado de ser presos para convertirse en periodistas con mil dudas por plantear. La sesión se alarga durante más de dos horas y todavía quedan muchas preguntas por hacerse.

Charlo con dos miembros del equipo técnico que está formado por tres funcionarios. Este grupo de profesionales tiene un papel fundamental en el día a día del módulo terapéutico. Desde el principio se aprecia en sus palabras un especial interés por lo que hacen y hacia las personas con las que trabajan, un compromiso que va más allá de cubrir el expediente. Marga (trabajadora social) y José (educador) pasan a relatarme una jornada cualquiera. Cada día hay preparado un programa exhaustivo de actividades que deja poco tiempo para que la cabeza divague y se pierda en la desesperación. La mañana empieza con rutinas: ducharse, ordenar la celda, desayunar… "Se trata de promover hábitos saludables que les ayuden a mantener la higiene y un cierto orden personal", argumentan. A continuación llegan las actividades que abordan distintos intereses y áreas de conocimiento. Las clases las imparten cinco internos, que proceden de otros módulos y que no tienen discapacidad intelectual.

En todo momento, sobre las conversaciones que mantengo planea el dilema ético que cuestiona el principio benefactor cuando da lugar a un gueto. Me refiero a que, al crear un módulo espacial, se mejoran las condiciones de vida de las personas con discapacidad, pero al mismo tiempo se las aísla, reduciendo las posibilidades de reinserción. Lo que propone Plena inclusión es que no se cumplan las penas privativas de libertad dentro de una cárcel. Pero la discapacidad no se entiende como un atenuante o un eximente en un juicio. Y las medidas de seguridad, cuando se aplican a una persona con discapacidad intelectual, generan efectos perversos. al aplicarse dentro de una cárcel (porque no se les puede destinar a un hospital psiquiátrico ya que no tienen enfermedades mentales) no dan derecho a beneficiarse con permisos de salidas temporales y suponen que no se les aplique el régimen penitenciario.

Así, no pocos internos en su situación se ven enfrentados a un limbo jurídico que solo les perjudica y desmotiva. Ese es el caso de Alfredo, uno de los residentes en el módulo terapéutico de Estremera. "Resulta difícil conseguir avances en él porque está totalmente desmotivado: por muy bien que lo haga no va a conseguir permisos", me explican. La alternativa son los CIS (Centros de Inserción Social), que tienen un carácter más flexible ya que se permite la entrada y salida. Y, sin embargo, en estos centros las personas con discapacidad intelectual, si no cuentan con apoyos permanentes, están más expuestas a todo tipo de abusos por parte de otros internos.

Pero hay otros problemas. Plena inclusión lleva tiempo reclamando que las personas con discapacidad intelectual puedan acceder a los programas de reinserción. Y esto no es posible porque los contenidos no se adaptan a lectura fácil, con lo que se limita su comprensión y seguimiento.

La sonrisa de David

Seis de las 28 personas que están en el módulo terapéutico participan en talleres productivos. Para ellos hay una jornada laboral que comporta un salario. Uno de los asalariados se llama David (nombre ficticio). Se trata de un joven de 27 años que trabaja como electricista desde hace algunos meses. En este tiempo se ha convertido para sus compañeros en una referencia de superación personal. Cumple una condena de cuatro años y seis meses por un robo con fuerza. Su historia, tal y como nos la cuenta, habla de un chaval que creció en un entorno social y económico muy difícil en el que delinquir no resultaba raro.

"Éramos ocho hermanos. A una de mis hermanas un día la atropelló un tren y todo cambió. Mi madre cayó en depresión y mi padre se dio a la bebida. Los siete acabamos en residencias. Ahora me doy cuenta de que nos faltó mucho afecto por parte de mi familia", relata este joven que tiene un 57% de discapacidad intelectual, una circunstancia que en el juicio no tuvieron en consideración al condenarle. "No se lo creyeron", relata. "En mi barrio lo normal era robar. Yo iba por la calle y me costaba entender por qué yo llevaba unas zapatillas rotas mientras otro chico tenía unas de marca nuevas. David, después de pasar por las cárceles de Soto del Real y de Segovia, recaló hace año y medio en el módulo terapéutico de Estremera. Y su vida dio un giro de 360 grados. "A mí nunca me han gustado las drogas. Ni beber. No he fumado en mi vida", añade sin dejar de sonreír.

"Hice un curso de electricidad y ahora soy encargado del taller productivo. Voy a empezar a estudiar 3º y 4º de la ESO. En cuanto lo termine voy a hacer un módulo o un grado. Me gusta la electricidad", prosigue con un hablar que parece propulsado por la energía de mil protones y electrones. Las buenas noticias no paran de llegar a la vida de David. En cuatro meses será padre. "Mi chica me ha ayudado mucho. Cuando salga de aquí quiero tener una familia y una vida estable". Para conseguirlo cuenta con el apoyo del equipo técnico que han encontrado en el suyo, un caso que pretenden sirva de acicate para el resto del grupo. David me enseña, orgulloso, la carta de recomendación que le ha dado la empresa para la que trabaja y que le será de gran utilidad cuando se enfrente al reto de buscar un empleo cuando recupere su libertad. Salimos al patio. Entonces me presenta a su hermano que también está internado en este módulo. Aunque a un extraño le cueste verlo, la vida ahora sonríe a David y él está decidido a no dejar de sonreír con ella.

Aunque no todos son casos de éxito. Esta cárcel, como cualquier otra, se convierte a menudo en un lugar al que se llega después de haber recibido muchos golpes y del que se sale enfrentándose a un futuro incierto lleno de dificultades. Pedro es el mayor de siete hermanos. Lleva siete pagando una condena de once años. Antes pasó un calvario en la cárcel de Valdemoro. "Allí me sentía muy solo. Me pasaba el día llorando y llamando a mi madre. La echaba mucho de menos", recuerda. Presenta trastorno de la personalidad y una discapacidad del 66%. Allí Plena Madrid detectó su situación y logró su traslado al módulo de Estremera. Aquí ha encontrado un ambiente más acogedor y se ha enganchado con el estudio. Durante estos años ha cursado 3º y 4º de la ESO. Antes terminó la educación primaria. "Me gusta el Inglés y las Ciencias Naturales. Siempre que puedo ayudo a mis compañeros a hacer recursos ante permisos denegados", añade Pedro. Ya lleva un tiempo disfrutando de algunas salidas que aprovecha para acudir a una terapia sicológica que le facilita Plena inclusión. "Desde que voy a terapia me siento mucho mejor", reconoce Pedro.

Plena inclusión Madrid desarrolla proyectos de atención personalizada a internos con discapacidad intelectual o del desarrollo en seis de los siete centros penitenciarios en los que se cumplen condenas de primer grado (internamiento) que existen en la región. En todos menos en Estremera, la organización actúa a demanda, cuando llega una petición para que se atienda las necesidades de un recluso. Aquí está presente desde hace una década, desde el mismo momento en que empezó a funcionar esta cárcel, en 2009.

Este reportaje junto a otras noticias, entrevistas y artículos se publican en VOCES, la revista mensual de Plena inclusión. El próximo número, correspondiente a este mes de septiembre, se publica el miércoles 9.

Para que no se te pase la fecha de su publicación es que te suscribas a la revista VOCES y recíbela cómodamente en tu mail de forma gratuita. Regístrate aquí.

1 comentario en “Avance del próximo VOCES: ‘Una mañana en la cárcel de Estremera’”

  1. Mi padre está en Estremera. Tiene 96 años y no entiende qué hace allí. Le cuesta levantarse de una silla y caminar, se mea en los pantalones y se le cae muchas veces la cuchara al comer. Está muy desorientado espacialmente y con problemas de memoria. Aún así, Ficalía le deniega la libertad provisional (está en prisión preventiva) alegando riesgo de fuga. Me temo que morirá allí antes de que salga el juicio. ¿Puede hacer algo esta asociación por él?

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